domingo, 21 de febrero de 2016

Sigo esperando lo imposible

 

Hace ya nueve años escribí este post. A veces tiro demasiado de nostalgia, pero creo que este, surgido de una época en la que solía guardarme para mí mis reflexiones en favor del humor absurdo, es especial. En él hablaba sobre el individualismo, el machismo y el capitalismo, sin usar esas etiquetas. Hablaba también de autenticidad y de apariencias. Era una época idealista, no porque soñara con algo imposible, sino porque no entendía el origen del conflicto y escribía desde una óptica de ensoñación, de “cruel broma del destino la que nos ha hecho ser así”, y que “ay, si algún día abriéramos todos los ojos a la vez…”.

No sabía muy bien por qué las cosas eran como eran, no sabía si era cuestión de tiempo que la mente colectiva avanzara hacia algo un poco más justo o es que quizá a mí se me escapaba algo que toda la sociedad sabía y era yo que no era capaz de comprenderlo por mi juventud. El tiempo pasó, y en mi intento de poner mis ideas en la práctica, las frustraciones y las hostias fueron constantes, incluso procedentes de, hipotéticamente, mis propias filas. Fue así, poco a poco, como llegó el cambio de paradigma: dejé de interesarme por estas cosas y empecé a obsesionarme con la adaptación propia (“sin renunciar a ciertos principios”, me decía cuando aún creía que eso era posible) a la sociedad en la que había nacido y que se me decía una y otra vez que no quería comprender por capricho.

Había calado en mí, en una etapa de obvia confusión en la que parecía que absolutamente nada se sostenía en pie, que todo aquello que me había pasado era porque no era lo suficientemente bueno, no me había adaptado y había tenido grandes e importantísimos agujeros en mi “percepción” de la realidad. Y con esa nueva percepción empecé a “entender” que hay que ser más "hombre" porque eso es lo que hace que transmitas competencia y atraigas a las señoritas, que hay que estar delgado y fuerte, que hay que esforzarse y tener tu propia marca y aparentar seguridad y saber venderse y ser un empresario de uno mismo y mil milongas más.

Aún no entiendo cómo podía pensar que tratar de cambiar totalmente mi actitud para adaptarla a unos principios machistas como el modelo del hombre fuerte y distante, individualistas como que es simplemente cosa del esfuerzo propio “llegar a algo” y capitalistas como la oferta de uno mismo como producto mediante el marketing personal (es decir, recurrir a la apariencia en vez de a la autenticidad) no eran tirar todos mis principios a la basura. ¿Pero qué otra opción tenía, si no? ¿Seguir dándome de cabezazos contra el muro de la sociedad y ver cómo se me negaban una a una ciertas oportunidades? Estaba demasiado claro, sobre todo cuando pesaba bastante más que ahora, que estaba un peldaño por debajo en la "escala social" como para que cualquier simio posesivo, superficial, egoísta y en más de una ocasión descaradamente machista pasara por delante de mí en relaciones con chicas. Era demasiado evidente que la gente solía menospreciarme de entrada y tenía que ganarme “mi lugar” mediante el esfuerzo y la paciencia, y eso si ocurría el milagro de tener la oportunidad. Era tan sistemático que solo podía haber una explicación, y esa explicación también parecía ser un por qué a aquellas cosas que había escrito antaño desde una óptica soñadora y que no solo no parecían cambiar sino que iban cada vez a peor. 

Y aquella fue la temporada de los “por naturaleza”. El ser humano es egoísta por naturaleza, y como mucho puede aspirar al bien común a través de él. Las mujeres y los hombres buscamos esto y lo otro por naturaleza. Solo los más aptos sobreviven por naturaleza. Nos fijamos en lo superficial por naturaleza. Tendemos a elegir a las personas fuertes, aunque éstas carezcan de una pizca de empatía e inteligencia, porque buscamos "líderes" por naturaleza. Somos seres conflictivos y primarios por naturaleza. 

Evidentemente solo es cuestión de tiempo y experiencia que todos estos supuestos, aunque constantemente presentes en la mente colectiva y en la vida social, se desmoronen aunque sea simplemente al ver que a largo plazo nunca funcionan. Las negociaciones entre egoístas tenderán a la ruptura justo un instante después de que los intereses de las partes cambien. Las mujeres que buscan a un hombre fuerte al que admirar y situar por encima de ellas terminarán terriblemente rotas y dependientes. La capacidad para sobrevivir depende de tantos factores, y hay tantas formas diferentes tanto de vivir como de palmarla, que hablar de supervivencia del más apto es más una cuestión de fe que de ciencia. Las personas superficiales viven esclavizadas por la obsesión en su propia apariencia. Hay y ha habido a lo largo de la historia (en este país especialmente) auténticos idiotas en la cumbre, y muchísimas personas extraordinarias que han muerto en cualquier cuneta. Para ser tan conflictivos y primarios, nuestra especie de monos calvos y enclenques ha sobrevivido tantos años gracias a que hubo gente que no se conformó simplemente con robarle la comida al otro a garrotazos. 

Así que, si no es por naturaleza, ¿por qué nada cambia? ¿Por qué la realidad se empeña en llevarme la contraria y repetir en mi cara los mismos moldes y patrones de conducta una y otra vez? ¿Cuál es el origen del conflicto del que hablaba hace ya tanto tiempo? Si descartamos (al menos, prudentemente, como factor decisivo) lo natural, tendremos que poner la vista en lo adquirido. Es decir, en la cultura.

¿Y qué es la cultura? La cultura no es más que una guía perceptiva de la realidad. 

Si la cultura te bombardea con la apariencia física, te fijarás en ello como norma y la buscarás por encima de cualquier otra característica. Si la cultura te dice que el amor se encuentra en el concepto de relación seria, no verás amor posible a no ser que estés dentro de una o pases de ésta a otra. Si triunfar en la vida es tener dinero, calcularás el éxito personal de cada individuo por sus adquisiciones materiales y la cantidad de pasta que se lleva, obviando para qué utiliza y de dónde proviene esa “riqueza” simbólica. Si la cultura te dice que solo con esforzarte llegarás a algo, no vas a pararte a analizar que este es un sistema económico (ya no digo político, porque la imbecilidad del nuestro está fuera de toda duda) completamente demencial, sujeto al azar y los impulsos egoístas de una élite apoltronada que juega al Monopoly con las vidas de la gente porque han sido educados (de nuevo la cultura) para ello.

Ni te fijarás en que son éstos los que cuentan con las herramientas para filtrarte su propia imbecilidad a través de radio, televisión, cine, publicidad, prensa y discursos políticos, fuentes primarias de la susodicha cultura. No hablemos ya de que serán estas ideas las que en demasiados casos determinarán tus oportunidades tanto vitales como laborales, según cómo haya funcionado tu vida y en base a tus pintas, y si como buen corderito has interiorizado la actitud de saber venderte y de venderte por completo.

¿Sigo esperando lo imposible? 

Lo imposible es conformarse con esta mediocridad. Tenemos la capacidad de ser mejores, y sí, la tenemos por naturaleza. Toca ver si seremos capaces de conseguirlo enfocando nuestra percepción en las cosas que de verdad importan. 

Y así es como, de repente, creo que ya sé de qué quiero escribir en este blog.

No hay comentarios:

Publicar un comentario