viernes, 18 de mayo de 2018

Abrazados a un alambre


En los años cincuenta, Harry Frederick Harlow realizó un experimento en el que separó a un mono bebé de su madre y lo metió en una jaula con dos "madres" sustitutas. Una de ellas, hecha de alambre, tenía un biberón que proporcionaba alimento. La otra estaba recubierta de felpa suave, pero sin biberón.

La hipótesis que ponía a prueba dicho experimento era ver si el apego maternal, como se teorizaba, se creaba en relación al alimento proporcionado, es decir, a la utilidad para la supervivencia. El mono bebé, no obstante, demostró que el apego es algo más que una conducta instrumental: cuando quería alimentarse, acudía al monigote de alambre, para pasaba el resto del tiempo con el muñeco de felpa

Al profesor Harlow no le importaban los monos. Preguntado sobre el asunto, respondió esto:
"The only thing I care about is whether a monkey will turn out a property I can publish. I don't have any love for them. Never have. I don't really like animals. I despise cats. I hate dogs. How could you like monkeys?"
Ahora, hipoteticemos nosotros.

El profesor Harlow, en su día, quizá fue un bebé que, como ese monete que se abrazaba a lo confortable, era capaz de valorar algo que no fuera el puro interés economicista. Quizá incluso fue capaz de desarrollar relaciones de apego recíproco, acercarse a aquello que le diera confort y seguridad, explorar el entorno divertido y fascinado y, sí, alimentarse para mantener el equilibrio de su organismo y volver a lo otro. 

En algún punto del camino, su brújula debió perderse. Quizás, poco a poco fue infectado por motivos e ideas que de alguna manera confirmaban lo que era habitual en el entorno y la sociedad en la que vivía: relaciones instrumentales, lucha egoísta por el interés propio, la supervivencia como sentido unívoco de la existencia, y, sobre todo, el enfoque en el peligro y no en la búsqueda de bienestar. Y entonces realizó este experimento, y tanto él como aquellos miembros de la comunidad científica que compartían su visión aprendieron algo.

Mientras tanto, las personas (y los monos bebé) que seguían en contacto con sus propias emociones, y que vivían (afortunadamente) ignorantes a la propaganda que trataba (y trata) de justificar una sociedad culturalmente individualista y competitiva, llevaban sabiéndolo desde hacía unos cuantos millones de años.

Lo preocupante no es que esto le pasara al profesor Harlow y a buena parte de los psicólogos de los años cincuenta.

Lo preocupante es que esto, si te pillan con la guardia baja, te pueda pasar a ti.

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